jueves, 17 de junio de 2010

Pies sucios

Mi osteópata favorito me ha puesto hoy en solfa y lista para los calores del verano. Mis órganos funcionan en armonía, las ondas en mi cuerpo circulan libres de bloqueo y lo hacen de forma profunda y con fuerza. ¡Bien! Sin embargo, mis pies se resisten a fluir en ese columpio tranquilo que es ahora todo mi ser y mi estar. Quieren huir (cosa que no me extraña, después de todo un largo y frío invierno enfrascados en botas, lo que viene a ser embotados). Me ha recomendado que ande descalza por el bosque (¿yo en un bosque? prefiero muerte!), sin miedo a pisar charcos, barro, hojas secas,... Quien me conozca sabrá que no me ha convencido mucho. Lo curioso de todo esto es que, precisamente poco después, a mediodía, después de muchos años sin probarlos, tenía preparados unos pies de cerdo, un manjar sólo apto para comer en soledad o frente a alguien de muuuucha confianza. No creo que mi osteópata se refiriera a que me pusiera tibia a base de pies de cerdo, sino a que me reconciliara con la naturaleza, pero por algo se empieza. ¿Coincidencias vitales y paradigmáticas a lo Paul Auster? ¿Una simple casualidad? ¿Quieren decirme algo mis pies, o el cerdo mismo? ¿De lo que se come se cría? Ya lo pensaré mañana...

El día más feliz

Este es Jonathan, un bebé de ocho meses que, tras implantarle un dispositivo en su oído interno, oye por primera vez a su madre. Espero que te alegre y emocione el día, al igual que hizo conmigo.