lunes, 13 de septiembre de 2010

Minados

En tiempos civilizados y políticamente correctos, las guerras y las crisis suelen acabar por decreto con un amplio comunicado difundido a escala planetaria. Es algo que gusta de escuchar en este primer mundo, pero el mensaje no siempre llega a las trincheras.

   Los ejércitos, replegados ya en sus cuarteles generales a la espera de nuevas órdenes, a veces no se van nunca. Como las crisis. Se calcula que, actualmente, hay unos 110 millones de minas antipersona y, cada año, se instalan 2,5 millones más. Combinando materiales, formas y componentes, hay 7.000 tipos diferentes de explosivos, tantos o más que modalidades de crisis. Con las actuales herramientas de desminado humanitario se tardarían 400 años en acabar con todas ellas, siempre y cuando no se plantara ni una más. Las crisis tampoco terminan cuando el PIB deja de caer y flambea ligeramente al alza, aunque nadie es capaz de imaginar cuatro siglos de crisis y oscurantismo. No..., la historia hará una excepción y no se repetirá esta vez.
 
   Colocar una mina es relativamente fácil: cualquier idiota puede hacerlo. Hacer saltar la chispa e iniciar una crisis ha quedado claro que también. Además, colocar una mina cuesta algo así como un euro, lo mismo que una llamada de pánico a Wall Street sin tarifa plana. Para extraer la mina, el coste se multiplica por mil porque, cuando se encuentra una (descartados los falsos positivos como latas o chapas), ha de inhabilitarse una extensión sospechosa similar a 20 hectáreas, en la que no podrán construirse carreteras, fábricas, casas, ni sembrar,… y la recuperación puede eternizarse. Detectado un banco, sociedad de inversiones o agencia de valores con problemas, el resto entra en cuarentena bajo la mirada escrutadora de los mercados y opta por la retirada (del crédito).

   La consecuencia es similar en ambos casos: trabajadores desplazados de sus hogares que han perdido sus empleos en una tierra baldía y cementerio macabro, huida de la inversión, caída de la riqueza del país… Hasta que no se recupere el terreno, nada que hacer. Como en las crisis, en las que hasta que no desaparezcan las minas interiores que nos han sembrado y nos impiden recuperar la dignidad perdida, no nos creeremos que esto ha acabado.