jueves, 26 de agosto de 2010

¿Alucinan los robots?

Me llamo Octav. Soy un modelo H-2023. Fui fabricado hace cinco años en Osaka y exportado a este país a las tres semanas, por lo que se puede decir que mi experiencia y conocimientos (tengo capacidad de aprender, algo inusual en modelos de mi generación) se basan en esta realidad. Desempeño complicadas tareas de cálculo y aritmética, de gran utilidad en un afamado centro tecnológico, tengo una nada desdeñable capacidad motriz y, hasta ahora, sólo he sufrido alguna anomalía en mis sensores auditivos y problemas de chapa.
Mañana viernes llega Octav IV, un artilugio X-1215 dotado con las últimas prestaciones en inteligencia artificial que me dejará obsoleto, y seré reciclado. Mis materiales son respetuosos con el medio ambiente, al igual que yo mismo, como entidad.
Octav IV tiene ya ocho meses y sus inputs han sido muy diferentes a los míos. Además de aprender de los errores y experiencias al igual que yo, Octav IV tiene la capacidad de sentir dolor, empatía, desánimo y alegría, entre otras características humanas de menor grado. Deberé desinstalarle muchos conceptos equivocados de fábrica. Espero que sus circuitos no se colapsen, pese a que es capaz de generar trillones de conexiones por segundo. Le harán falta. Mañana será el cénit de la ola de calor, 35º C y 62% de humedad en el aire. Le explicaré, mientras paseamos por el Fòrum de las Culturas, el funcionamiento de la llamada economía real y algunos de los más llamativos casos de corruptela política y empresarial. Alucinará.