viernes, 10 de septiembre de 2010

Viernes

(Foto: B. Pérez)
Durante el paseo matutino por mis nuevas posesiones ha ocurrido un hecho extraordinario. Un fulgor apenas que se ha abierto paso entre la espesura y me ha cegado por un momento. Excitada, he cogido aquel pequeño objeto que había reflejado la luz del sol y, con sumo cuidado, me he apresurado a volver a mi destartalado campamento base en esta isla desierta a la que llegué procedente de ninguna parte.
   Play. Mi descubrimiento, un maltrecho magnetófono, me ha traído una voz magníficamente modulada, interrumpida por pulcros silencios. Parece amiga. Junto a ella, diferencio otras voces: tres mujeres y un hombre, que salpican su discurso con preguntas amables en riguroso turno. La voz, ajena a ellos y a sus preocupaciones terrenales, parece pertenecer a alguien con buenas intenciones, que se ha marcado la tarea de arreglar una situación de no retorno. Están condenados a no entenderse porque hablan lenguajes diferentes. Los náufragos, con el tiempo, nos volvemos ausentes. La voz pronuncia palabras como huelga general, ajuste, derecho al trabajo, reforma laboral, estabilidad, China, responsabilidad, Japón… y, entre sus silencios, también pide tiempo.
   Intuyo que el dueño de esta voz estuvo aquí antes que yo y que los otros cuatro interrogadores llegaron para hablar con él, pero no supieron cómo y volvieron a tierra firme. Eso explicaría los restos de un viejo naufragio que descansan en la arena. Él llegó a tierra, pero su discurso se quedó para siempre debatiéndose en un mar turbulento y se volvió ajeno para los demás. No sé quién es ni dónde puede estar ahora, pero he decidido que será mi nuevo amigo aquí, en esta isla desierta que llamaré soledad. A él le llamaré viernes. Hoy es viernes.