sábado, 23 de octubre de 2010

Fosas comunes

Iraquís en la cuneta, imagen costumbrista de Irak (AP)
El poder destructor de esta mal llamada civilización encantada de conocerse y autocomplacida de sus logros científicos, muestra hoy su capacidad ilimitada para la tortura refinada, la burda masacre y, finalmente, la manipulación y el engaño. Y es que nos han fabricado un mundo a medida, donde los golpes de efecto se dosifican en grageas y el horror se descontextualiza convirtiéndolo en un caso aislado obra de un perturbado o, en el mejor de los casos, en un accidente. En esta sociedad de la información que se burla de la verdad, los poderes fácticos, esos grandes benefactores, miman a sus consumidores con cotilleos banales fáciles de digerir, que adormezcan sus conciencias en una siesta reparadora sin pesadillas.

   Si España fue entre 1936 y 1939 un fastuoso ensayo general de la II Guerra Mundial, la invasión de Irak (en busca de unas armas de destrucción masiva que sólo existían en las calenturientas cabecitas del trío de las Azores), ha sido el ensayo empírico de una mal llamada civilización enferma de poder, de avaricia, de ignorancia y, por esto mismo, de miedo y odio al otro, al desconocido. Wikileaks abre hoy las fosas de la vergüenza, al igual que seguimos haciendo aquí con las nuestras, con las de ese laboratorio a escala que nunca debió ser. Unos y otros buscamos nuestros muertos en estas fosas comunes para que nos den respuestas a lo inadmisible. Pero ellos ya no pueden hablar, así que deberíamos dárnoslas nosotros mismos, tan encantados como estamos de habernos conocido.