sábado, 9 de octubre de 2010

Gatos pardos

No nos gustan los cambios, en general. Irrumpen en la vida como un nuevo electrodoméstico que nos ha tocado en una rifa en la que no recordamos haber participado y no sabemos dónde meterlo sin tener que renunciar a nada de lo que ya teníamos. Hay en ellos demasiados botones y vienen sin garantía ni instrucciones de uso. A veces, pesan tanto que tiemblan los cimientos sobre los que hemos construido nuestra existencia, como si de una casa prefabricada se tratara.

   La tecnología nos aboca una nueva vida en cambio perpetuo. Se habla de ella como un hecho sobrenatural y sobrevenido, pero es nuestra propia creación. El homo tecnologicus ha cambiado sus formas de producción, de ocio y de modo de vida. Su tecnología, la nuestra, ha hecho que cada pequeña mutación en un punto infinitesimal en la otra punta del planeta llegue con increíble celeridad y sea aceptada como propia. Pero aún con todo, nos resistimos, siempre en perpetua lucha interior, ahora contra nosotros mismos y nuestros inventos que nos hacen la vida más fácil en lo global, pero más difícil en lo individual. Ellos no lo saben, pero ese cambio aparente tiene como único anhelo que todo permanezca como hasta ahora. En El Gatopardo se avanzaba: si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie.
  
   Así que dejaremos que crean que todo está cambiando mientras, en esta noche tan larga que parece que nunca va a acabar, todos los gatos pardos velan en silencio para todo siga igual.