jueves, 30 de septiembre de 2010

Un balance general más de la huelga parcial

La ejemplar huelga semigeneral de ayer no pasará a la historia del sindicalismo como una fecha para el recuerdo o el orgullo, ni glosará ninguna hazaña que los viejos sindicalistas puedan contar a sus nietos.

Edificio Banesto 'okupado'  (Foto: EP)
La reprimenda de los sindicatos al hijo predilecto, ahora descarriado del buen camino de la izquierda por las malas compañías, empezó con la boca pequeña y así acabó. Quienes secundaron la huelga por dignidad, por su futuro, para dormir tranquilos, lo hicieron con la misma arruga en el alma que quienes decidieron ir a trabajar, amargados unos y otros por una situación de no retorno al fin y al cabo. 

   Ayer no nos jugábamos a una carta la pérdida de derechos sociales, esos que se tardaron un siglo en conseguir a base de lucha y sacrificio. Sí, sí, aquéllos. No. La sociedad del bienestar se diluye poco a poco, sin aspavientos, como se resquebraja el hielo de la Antártida, apenas unos crujidos puntuales de los palos de una baraja marcada desde la primera partida. Gota malaya que se pierde por el entresijo de desagües de bancos y edificios públicos hasta acabar convertida en agua de cloaca.

   Barcelona, que gusta tanto de los grandes fastos, recuperó la gloria de principios de lo 90 con unos improvisados Juegos Olímpicos antisistema. Así que aprovechando la manifestación contra la reforma laboral, se procedió a desokupar a los atrincherados en el edificio de Banesto desde el fin de semana. Carreras de fondo, cien metros lisos, salto de obstáculos, lanzamiento de vidrio, tiro al plato, quema de contenedor... Panem et circenses 2.0. Al final, resulta que sólo querían vivir en una finca regia y vestir ropa cara. Nada que objetar: todos tenemos nuestras contradicciones y eso nos hace encantadores. Somos humanos, no máquinas programadas exclusivamente para la protesta.