lunes, 4 de octubre de 2010

El paro atroz

Atroz. Tradicionalmente, septiembre es nefasto para el empleo de playa y chiringuito, todo tipo de chiringuito, que abunda en el registro mercantil. Este no ha sido tan malo como el del año pasado, pero es que cada vez son menos los que continúan girando en la rueda y la centrifugadora en que se ha convertido el mercado expulsa cada vez menos partículas. También los golpes contra los muros son cada vez más espaciados. Volvemos a ser cuatro millones de pariados, aunque en este gran contenedor de cáscaras vacías haya también clases según su destreza para mantenerse a flote.
    En este cementerio de elefantes nos numeran, nos forman en nuevas habilidades, nos deforman con porcentajes y nos conforman con promesas. Nos facilitan la renovación de la demanda de empleo por Internet para ganar tiempo y atender así a nuevas partículas desprendidas de la centrifugadora. No gustan de tumultos ni de murmullos. Así también evitan que veamos reflejado en otras miradas nuestro propio fracaso y el suyo. Sería contraproducente.

   Paro. Tras la visita al departamento de recursos (pocos) humanos (ninguno), la vida queda congelada en un fotograma tembloroso, desenfocado, en el mismo momento en que resbalas por el muro tras ser despedido a escobazos en una curva del tren de la bruja de esta feria de los horrores. Hay personas que también se sienten parte infinitesimal de la estadística. Pero por ellas no se encienden las alarmas porque se apean del tren en marcha sin hacer ruido. Apenas un golpe contra el muro. Uno más. Una menos.