Días extraños se avecinan. La incertidumbre, el miedo, casi pánico irracional... unido a la falta de expectativas convierten los tiempos que se avecinan en un monstruo feroz, con sus fauces abiertas y sus colmillos puntiagudos listos para el festín. La selección natural ha empezado y los débiles no sobrevivirán a los próximos meses. Una especie más en extinción. Mientras, ajenos a la tragedia que se avecina, absortos nos miramos el ombligo.
El ombligo. Sí…, nos miramos el ombligo porque nos reconforta. El ombligo, ahora una mueca grotesca, una cicatriz retorcida, fue en un principio un nexo con la vida. A través de él, nos llegó en su día el alimento, la sangre que fluía por nuestras arterias y órganos todavía sin formar, y abrió paso al ADN que nos hace ser tal y como somos ahora. Y ahora volvemos a él, autocompadeciéndonos y complaciéndonos al mismo tiempo de nosotros mismos, de nuestros logros y miserias. Creo firmemente que deberíamos volver la mirada al exterior, aunque no entendamos nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Es sólo cuestión de hacer un esfuerzo de comprensión y todo será más fácil.
El ombligo. Sí…, nos miramos el ombligo porque nos reconforta. El ombligo, ahora una mueca grotesca, una cicatriz retorcida, fue en un principio un nexo con la vida. A través de él, nos llegó en su día el alimento, la sangre que fluía por nuestras arterias y órganos todavía sin formar, y abrió paso al ADN que nos hace ser tal y como somos ahora. Y ahora volvemos a él, autocompadeciéndonos y complaciéndonos al mismo tiempo de nosotros mismos, de nuestros logros y miserias. Creo firmemente que deberíamos volver la mirada al exterior, aunque no entendamos nada de lo que sucede a nuestro alrededor. Es sólo cuestión de hacer un esfuerzo de comprensión y todo será más fácil.