lunes, 27 de septiembre de 2010

Mensajeros

Ráfagas blancas sobre fondo azul desdibujan el orden natural. Son estelas de los mensajeros que atraviesan hoy los cielos a toda velocidad, creando polígonos caprichosos que pronto desvanecerá el viento. Uno de estos mensajeros viaja al Vaticano para concertar un encuentro con su jefe, penitente excluido de la agenda pontificia el 6 y 7 de noviembre por no ser temeroso de Dios. Las crónicas de este tiempo hablarán de hombres que, sin derramar una gota de sangre, acabaron con muchas vidas y luego, sin consuelo posible, suplicaron un castigo pero ninguno de los que pudiera ser infligido por otro hombre les liberó de su remordimiento. De ahí que necesitaran encuentros periódicos con el representante de Dios en la Tierra.

   También los mensajeros de la Iglesia salen del logo y aletean ante sus feligreses llamándoles a salir de nuevo a las calles dentro de 48 horas, esta vez en “protesta justa”, exhibiendo lazos blancos clavados en la solapa para no confundirse entre los hombres y mujeres que, aunque también en protesta justa, perdieron la fe hace tiempo.

   El 29-S, entre proclamas, gritos y consignas de rima fácil, tocarán a rebato las trompetas del arcángel Miguel, dado que es su día en el santoral al igual que el de San Gabriel, encargado de transmitir el mensaje de rabia a quien corresponda hasta que los ecos se pierdan en los despachos enmoquetados del cielo. Quizás los sindicatos tuvieron en cuenta la fecha más de lo que parece a simple vista para una huelga ejemplar en proceso de beatificación.

“En cuanto a él, no le quería nadie; todos le huían. Acabaron incluso por odiarlo. ¿Por qué? Lo ignoraba. Unos malhechores cien veces más culpables que él lo despreciaban, se le burlaban: su crimen era objeto de los mayores sarcasmos.
– ¡Tú eres un señorito! –le decían–. ¿Cómo es que asesinaste a hachazos? Eso no son cosas de gente fina.”
Crimen y Castigo. Fiodor Dostoyevski.