Mil palabras parecen ser suficientes para cualquier cosa. Así reza el reclamo de muchos cursos de
Inglés con mil palabras, a razón de 50 nuevas por semana. Empezando ahora, el 25 de febrero de 2011 seremos más sociales y sociables, capaces de preguntar y responder con eficacia certera. Y esas son más o menos las que utilizamos en el día a día en nuestro propio idioma. Todo lo demás es tildado de preciosismo y al alcance de intelectuales y gente de mal vivir.
Los
oráculos del desastre entran hoy con sus palabras en la arena comunicativa haciendo tronar sus vuvuzelas. Pero, ¿quiénes son esos cien economistas que recomiendan una drástica
reforma de las pensiones? Los conozco bien, hay muchos como ellos y cada día que pasa exhiben sus garras con menos pudor. Son ese tipo de gurús que, desde el cobijo ideológico que les proporcionan las teorías neoliberales más antisociales, acuden al chascarrillo tan en boga de “Vaticina lo malo y acertarás”. Ni mil palabras necesitan para ver quién la dice más gorda.
Más que lo que dicen, al fin y al cabo sólo combinan de manera diferente las mil palabras básicas, lo más inquietante es que son estos tecnócratas demagogos los que, mientras escribo estas líneas, están impartiendo una clase magistral desde su taifa y forjan a golpe de martillo el espíritu individual y colectivo de los hombres y mujeres que gobernarán nuestros destinos cuando seamos viejecitos. La esperanza es que, en estos tiempos multiculturales donde lo tridimensional hace furor, esas mil palabras se acompañen también de mil gestos, mil miradas, mil silencios exprés. Eso diría mucho más en nuestro favor que todas las palabras de esta Babilonia.
Habrá que escuchar a los ancianos del lugar, ricos en palabras, gestos, miradas y silencios...