Hace unas semanas, mi terraza hubiera hecho las delicias de la familia Adams. Tras el experimento empírico que vengo llevando a cabo desde hace unos días, consistente en regar la variopinta mezcla de plantas que la habitan, he notado que no siempre se puede (ojo, ni se debe) agradar a todos. Sus distintas reacciones a idénticos estímulos me provocan curiosidad. A igual cantidad y calidad de agua, se debaten entre el estallido de brotes verdes y el completo ahogo en sus propias miserias. Curioso. Aunque eso no quiere decir nada, la realidad devuelve las cosas a su justa medida y la situación puede volver a entrar en pánico o revivir como por arte de birlibirloque. Los brotes verdes que crecen a pocos metros de donde desayuno, y que se anunciaban a bombo y platillo (todo muy verbenero) hace unos meses, se han quedado en paro y ahora se reciclan en desdibujada reforma laboral (antes impensable, ahora indispensable). Un café para todos, pero con más azúcar para unos pocos que ostentan el poder económico y que manejan y cortan los hilos. Una vez consigan su bienestar y paz interior, seguros de sí mismos y seguros de que van a poder deshacerse de sus empleados con la ley en la mano sin muchas explicaciones, ¿compartirán esa algarabía interior generando nuevo empleo? Me temo que el primer baño del verano nos va a traer un descomunal corte de digestión. Me lo ha adelantado un brote verde esta mañana. Cuando me he acercado a él, he visto que era una mala hierba creciendo feliz. La vida se abre camino… aunque sea la de los dinosaurios de turno o la de las malas hierbas.