lunes, 6 de septiembre de 2010

Lastre


Lunes. Se acabaron las excusas. Empiezo curso escolar en solitario con deberes pendientes, como cada septiembre. Tengo una fe ciega en mi capacidad de trabajo y es precisamente esa seguridad la que me hace confiar en la recompensa que seguirá a mi esfuerzo de última hora. ¿Se avecina un nuevo fracaso? En realidad, no hay fracaso posible cuando yo misma soy víctima, juez y parte. Siempre gano y siempre pierdo.

   Se impone limpiar las legañas empezando por mi piso, un solitario puesto de trabajo sin jefes, ni horarios, ni objetivos que no cumplir ni tiempo para el desayuno o la comida. El sol ha dado conmigo y, ya alto, por encima del bloque de enfrente, me recrimina que llego tarde a la entrega de un encargo. Último estertor del verano que agoniza. Bajo la persiana y sigo en la penumbra. Sin sol no habrá tampoco sombras y aún es temprano.

   El polvo se ha acumulado en las estanterías, las alfombras son un pálido reflejo de lo que fueron y montañas de papeles y libros, alineados por la psicópata en que me he convertido, me arrastran al fondo y me impiden abrir las ventanas de par en par para que corra el aire. Es preciso echar lastre y empezar a navegar en este mar de dudas en que me encuentro en busca de un sentido a todo esto.

   Todavía no he soltado amarras, lo que se traduce en que cada mañana escucho la radio y ojeo los diarios en su versión digital, cada día restando unas centésimas de interés. ¿Slow movement? ¿desafección? Eso será otro post. Pero hoy veo extraño este septiembre lleno de anuncios, al que todos han esperado para hacerse con un espacio en el Olimpo de los titulares precisamente cuando la competencia es más atroz. Vuelve la tensión en forma de comunicado como catarsis y liberación de lo que ha estado cociéndose durante el tórrido verano. Alea jacta est. La radio no calla. Voy a escuchar a Celestino Corbacho “a ver qué cuenta de la crisis” (sic).