lunes, 23 de agosto de 2010

Un mundo feliz

“Gentes deambulando por vastas extensiones de cemento dirigiéndose al avión.

No olvides el aspecto que tendrán tu sombrero y tus zapatos cuando no se te pueda encontrar en ninguna parte”. 


(Extracto de China, de Bob Perelman)

Año 2060. El humo gris de las fábricas cierra el cielo y los habitantes de las llanuras infinitas han perdido la noción del tiempo. Cientos de millones de hombres y mujeres se desplazan cada día arriba y abajo gracias a un metódico engranaje logístico de trenes de levitación magnética que avanzan despavoridos. Ojos rasgados y voces metálicas democratizan el horror a través de las rejillas de las máscaras.

   El mundo conocido como occidental había internacionalizado sus centros de producción. La deslocalización, ya se sabe. Las empresas huyeron de mercados interiores empobrecidos y empezaron a ser prósperas. Pero, sin empresas, los habitantes quedaron sin empleo, se acabó el dinero público porque ya no había impuestos que recaudar y llegaron el hambre y las enfermedades. Y con ellas las revueltas, cada vez más violentas y desesperadas.

   Las élites occidentales que habían internacionalizado su estrategia a tiempo volaban ahora varias veces al mes a destinos asiáticos, más limpios, más rigurosos para hablar de negocios. Incluso esperaban el momento de pasar unos días de asueto en los parques temáticos de naturaleza viva que allí se habían recreado con esmero o en centros de meditación y relax, lujo oriental, para recuperar tiempo y salud. Año 2060. Año del Dragón. Aunque no hace falta irse tan lejos…

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