Despierto quemada por el sol. Siento cómo mis ojos cerrados arden, ya secos. Mis labios reconocen el sabor a salitre en microscópicas agujas que se clavan y traspasan los poros de mi piel. Llevo horas, quizás días o años, en esta playa de arena ardiente, boca arriba, luchando infructuosamente por darme la vuelta, como una tortuga tras la batalla balanceándose sobre su cascarón.
Nuestro barco naufragó tras abrirse una brecha en la quilla al chocar con el arrecife. Un crujido seguido de un ruido estruendoso avanzaron el desastre mientras el mar nos arrebataba la voluntad. Acaricio ahora la arena con mis dedos, patas de una araña prisionera. Sí, recuerdo el arrecife, pero no por qué había decidido huir y tomar aquel barco. Si bien está lo que bien acaba, aquella rendición sin condiciones, aquel exilio voluntario no fue una buena opción.
Ladeo la cabeza, ya con los ojos entreabiertos, pero mis dedos han cobrado soltura y ya han tejido una telaraña frente a mis ojos. En mi delirio, alimentado por la falta de agua potable y la insolación, adivino a lo lejos un esqueleto grotesco, una caja torácica de dimensiones descomunales varada como yo en la orilla. Caballo de Troya quemado como mi propio cuerpo en la playa. La brisa atraviesa sus huesos oxidados y me acerca el lamento de los espectros de mis compañeros de periplo. Debimos habernos quedado y combatir porque, aunque con las fuerzas vencidas por el desánimo, contábamos con el arma más erosiva, más que este salitre que ahora nos devora: la palabra.
65 y coleando
Hace 4 años
Soy una de las okupas de la casa de Maruja...pero que bien escribes niña...como descuides otra vez tu blog te vamos a dar para el pelo
ResponderEliminarBesicos Marga!!! Gracias (pero el mérito es de Anxel, que fue el del tirón de orejas... jeje!)
ResponderEliminarSi Marga, no se la de tiempo que le voy diciendo que se anime a por un relato, pero se hace de rogar.....
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